“Hay que pensar en el Perú”, es la frase que recuerdo haber escuchado decir al Presidente de la República con renovada vehemencia en la ceremonia de clausura de la 46 Conferencia Anual de Ejecutivos CADE 2008, hace unos años atrás, después de haber reseñado en aquella ocasión una posición bastante optimista de la recesión mundial económica y la realidad auspiciosa que presenta el país para hacer frente a la crisis del flujos de capital extranjero, en razón que nuestra gente ha venido desarrollando, por ejemplo, el sector agroindustrial y de exportación, y otras áreas que hoy representan una sugestiva propuesta de inversión al tener como soporte la productividad creciente, el trabajo sostenible y el ahorro.
Sin embargo, además de ser una frase feliz, bien intencionada y, seguramente, con respaldo fáctico en regiones donde la macro y microeconomía han dejado sus bondades, en nuestra frontera nororiental, parece, antes que nada, un recurso retórico capaz de insuflar patriotismo a muchos peruanos, habitantes de nuestra selva amazónica que necesitan escuchar algo que contenga una política nacional inclusiva con relación a sus intereses y necesidades que aún siguen postergadas. Digo que parece sólo eso porque las condiciones en las que se vive en esta parte, a menos de seis kilómetros de las líneas fronterizas con Brasil y Colombia, distan de las de cualquier otro peruano de la costa o las ciudades más representativas del centro del país; las condiciones en esta zona, primordialmente las económicas, son diametralmente opuestas a las del resto del país.
A decir de un maestro, en esta región su remuneración mensual que en la costa o la sierra encuentra otro contexto (uno más celebérrimo, claro) aquí en la selva se desvaloriza por la lejanía de las grandes urbes y el transporte que es escaso. “Si en Caballo Cocha tengo cien nuevos soles en el bolsillo…”, infería “… a sólo dos horas, en la comunidad de Vista Alegre y demás aledañas a la franja fronteriza con Colombia y Brasil, esa misma cantidad se convierte al cambio con otra moneda en sesenta o, en el mejor de los casos, sesenta y cinco nuevos soles”.
A eso añadiríamos que vivimos en un clima de inseguridad y zozobra por la gradual incursión que han hecho los mercaderes de la droga que no sólo han oscurecido las interrelaciones entre la ciudad y el campo sino que, además, han promovido la transculturización del campesinado que opta por el cultivo de coca gracias a que le reporta más dividendos para poder satisfacer sus necesidades de bienestar material acordes con la fantasía que vende la sociedad de consumo, a costa, incluso, de caminar al margen de la ley. Asimismo éste binomio ha traído consigo una secuela de asesinatos y crímenes menores relacionados con el tráfico de drogas y sus insumos en las ciudades y comunidades; cierto es que en algunos lugares como San Juan, Hawai y Mario Rivera, ubicadas en inmediaciones de la isla de Santa Rosa, en el lado peruano, los maestros están siendo expulsados por las mafias que van adquiriendo cierto predominio, o alimentados por el miedo se ven obligados a dejar sus puestos de trabajo; todo esto, y no caigo en exageración al decirlo, está poniéndonos en una situación de desgobierno que no está siendo contrarrestada suficientemente con la presencia de efectivos de la Policía Nacional, lo cual limita el trabajo de las fiscalías, provincial y especializada, que, asimismo, no tienen la inmediatez a las zonas en conflicto. En verdad, en cada puesto de Vigilancia Policial Fronterizo, que en esta zona limítrofe son apenas seis: Sta. Rosa, Yahuma, Pto. Alegría, Sn. Antonio, Tierra María y Atacuari, existen de seis a siete policías en servicio; asimismo la Marina de Guerra no tiene una guarnición a lo largo del trapecio amazónico, emplea un buque itinerante que hace esa vez. La presencia del ejército se circunscribe a la ciudad de Caballo Cocha y las guarniciones a lo largo del putumayo. Me gustaría pensar que se encuentran con suficientes pertrechos, armamento bélico y militares para disuadir a cualquier movimiento paramilitar o terrorista, o ejército extranjero.
Todo en suma contribuye a tener que enfrentar desigualmente a agentes del delito provenientes tanto del interior como de nuestros vecinos países de Colombia y Brasil, quienes valiéndose de un acuerdo internacional último y la nada probable venia de la capitanía de puertos, estarían pasando a nuestro territorio maquinaria, infraestructura y logística con la finalidad de desarrollar actividad económica forestal y otra relacionada con la extracción de oro en la cuenca del putumayo, depredando recursos forestales de manera ilícita tal como ya lo hicieron en décadas pasadas en la cuenca del río Napo y, asimismo, envenenado las aguas nacionales con el mercurio que sirve de aislador del preciado metal.
En las localidades fronterizas de Santa Rosa e Islandia la formalidad de la propiedad, los negocios y servicios, está en estado germinal. Islandia, por ejemplo fue promovida por madereros entusiastas, y hasta hace sólo cincuenta años representaba un aserradero que hoy persiste en apariencia, y sirve de testimonio anónimo de las voluntades humanas, empecinadas en el intercambio comercial y el desarrollo de esta exuberante y pródiga región; bueno, en las ciudades peruanas ya referidas hay una suerte de desorganización a causa de la violencia que va desde la exaltación de la muchedumbre en los centros nocturnos, sin el más mínimo respeto del derecho a la tranquilidad, haciendo tabla rasa de las directrices municipales y el principio de autoridad, pasando por la prostitución clandestina hasta el ajuste de cuentas entre bandas del narcotráfico que operan en la zona, que acarrea una secuela de muertes anónimas, en la mayoría de los casos de campesinos, madereros y comerciantes osados o victimarios que han sido victimados.
De vuelta al aspecto económico, en nuestra frontera nororiental, infería, la moneda extranjera es preponderante, dado que los negocios y el tráfico comercial se hace con reales brasileros o pesos colombianos antes que con nuevos soles, y eso no porque estas monedas extranjeras sean más fuertes que la nuestra en el ámbito económico mundial (pues un sol nuestro equivale a mil pesos colombianos como a setenta y cinco reales brasileros) sino porque no existen productos o servicios nacionales que comerciar u ofrecer en el magro panorama mercantil que se nos presenta.
De manera que es primordial la voluntad política de nuestras autoridades del gobierno regional y central para llevar a cabo un programa de prevención de conflictos - tomando el término de la defensora del pueblo, Beatriz Merino - en la provincia de Mariscal Ramón Castilla, toda vez que si la zona nororiental no se ve reforzada tanto con la dotación de efectivos de la Policía Nacional y de nuestras fuerzas armadas, como con la implementación de una política de desarrollo socio económico, aleccionando a los agricultores, seguiremos dando concesiones a la mafia y a los intereses ligados al narcotráfico internacional, capaces de secuestrar por completo el modo de pensar del ribereño que, por ahora, prefiere el cultivo de la hoja de coca al del camu camu, el sancha inchi y la caña de azúcar; las razones no las tengo bien claras, pero deduzco, por la falta de presencia de la ciencia y la técnica al servicio de los agricultores, que el factor fundamental del desencuentro del campesinado con los estamentos legales estriba en que no hay un plan de acción esforzado por parte de nuestros gobernantes para vender la idea de consciencia nacional a dichos protagonistas, como se carece asimismo de proyectos de desarrollo suficientemente presupuestados.
Por otro lado, la actividad ganadera a lo largo del discurrir de esta parte del amazonas está estancada; los capataces que son en número de cuarenta, aproximadamente, con treinta cabezas de ganado cada uno en el mejor de los casos, encuentran truncadas sus aspiraciones de industria y producción de leche y carne, pues el gobierno regional hasta el momento apenas ha empadronado y hecho inventario de sus bienes. Imagínense a cada uno de estos hombres y otros más que sean seducidos por esta lucrativa actividad, tendrían, claro está, con el apoyo y financiamiento oportuno de sus proyectos pecuarios, el protagonismo para poner en marcha el desarrollo de esta zona fronteriza; el mercado está asegurado, tenemos el interno como el externo aún sin explotar, cautivos por nuestra propia desidia. Asimismo existe una veintena de productos agrícolas tradicionales, entre ellos las hortalizas (tomate, pepino, cocona, lechuga, ajíes) la yuca y la caña de azúcar, potenciales para iniciar cultivos programáticos de buen rendimiento e industria. El caso de la chancaca o, como la llaman los colombianos, panela, que se hace a partir de hervir el jugo de la caña al punto de convertirlo en una masa consistente y pastosa, es bastante promisorio en la industria de esa parte; ojalá que los agricultores encuentren el apoyo del gobierno regional en cuanto a créditos y técnica científica para comenzar a producir caña en forma exponencial en vista que existe un mercado ávido en esta zona. Asimismo el alcohol de caña y la siembra del cacao para la fabricación de sus derivados son actividades que se encuentran germinando. Están también los proyectos de piscigranjas y zoocriaderos, que en algunos puntos en la comunidad de Nazaret, por ejemplo, se han implementado sin éxito al no haber encontrado suficiente auspicio de los operadores y agentes del gobierno. Así también tenemos la actividad turística, que por su restricción a agentes extranjeros, dado que nos encontramos a menos de cincuenta kilómetros de la línea fronteriza y constitucionalmente no es permisible para ningún capital foráneo iniciar actividad comercial dentro de este radio, los nacionales tenemos el panorama abierto para comenzar una actividad por demás fructífera y remuneradora, en sitios paradisiacos, casi en estado salvaje, idóneos para el avistamiento de especies de la flora y la fauna y de pesca deportiva y safari amazónico. El enorme lago de Caballo Cocha, es, por ejemplo, una de las pocas maravillas naturales que guardan celosamente estas selvas nororientales, con la variedad de su flora y fauna que muestra desde manglares y flores silvestres, hasta bufeos rosados y grises, aves graznadoras y mariposas azules, y, asimismo, atardeceres de ensueño, tiene asegurado el éxito de cualquier empresario nacional que se atreva a apostar por un albergue a sus orillas. Asimismo la ruta de entrada al Perú andino a través de esta zona, ya reconocida por los agentes turísticos, supone la mejor forma de descubrir nuestro pasado milenario.
La industria maderera, asimismo, es otra fuente de riqueza en estado larvario. A decir, en la ciudad de Islandia hasta hace unos meses atrás existía una fábrica de puertas, marcos, patas de mesas y diversos muebles que eran importados a países lejanos como el Canada y Alemania, dando trabajo y capacitación a muchos pobladores oriundos; dicha actividad no pasaba de ser regularmente significativa, pero ha dejado de funcionar, dejando a sus trabajadores sin ingreso y sin una perspectiva de vida. Potencial humano existe, por eso necesitamos que las garantías político económicas sean puestas en práctica para echar a andar a este lado del Perú olvidado. Sin embargo, nos damos perfecta cuenta que no es prudente que el gobierno nacional asista gratuitamente, al contrario, comulgamos con que enseñe y promueva cualquier actividad productiva, sentando las bases de la autosuvención. La voluntad política debe ir de la mano con la iniciativa privada.
El presidente, en esa oportunidad, a propósito de esto dijo: “… hay que abrir espacios a la inversión”. De hecho dijo otras cosas más que tenían por finalidad darnos confianza para seguir con el crecimiento sostenido del país, pero en realidad habrá algo de todo ello que haya nacido pensando en los intereses del conglomerado de peruanos que viven en esta parte, entre ellos agricultores, ganaderos y pescadores de costumbres decimonónicas, esforzados comerciantes, profesores y profesionales intrépidos, administrativos y autoridades en funciones públicas, caminando a salto de mata, aventureros de la congregación religiosa israelita que bajan desde los cielos de los andes a estos llanos para habitarlos cual tierra prometida, nativos de las etnias ticuna, yagua, huitoto, ocaina, peba y bora, diseminados en sus vastas, aún insondable tierras, tratando de emular el civismo y cultura occidental, sinceramente lo dudo. Finalmente, estaríamos contribuyendo al programa de prevención de conflictos en la frontera nororiental si es que cambiáramos nuestra política aduanera a lo largo y ancho de la provincia de Mariscal Ramón Castilla. La implantación de una zona franca, a mi parecer, contribuiría a aplacar necesidades básicas en alimentación, vestido y cultura; hay mercadería colombiana y brasilera que pugna por entrar al territorio nacional evadiendo los gravámenes, entre las cuales podemos mencionar: pollos congelados, arroz embolsado, artículos procesados en lata, aceites y jabones, y diversos artículos de vestir, con conocimiento que los productos nacionales no satisfacen nuestra demanda existente. Negar eso sería como no querer ver el sol. Pues ello no responde a nada excepto a aplacar los anhelos de las numerosas familias que consumen diariamente arroz, frijol, pollos congelados, de nacionalidad extranjera, que se venden a menos precio que sus análogos nacionales, aunque a los comerciantes no les importe algunas veces perder sus artículos, decomisados por la autoridad aduanera. De igual forma ocurre con los vestidos y la actividad cultural, pues se hace imprescindible al ciudadano de este lugar contar con botas, zapatos y ropas apropiadas, utensilios de trabajo y medios audiovisuales de cultura y libros ¿Acaso debemos de pagar al estado esta cuota que es por demás adversa? O por lo menos deberíamos tener un convenio de cooperación aduanera con nuestros países vecinos, con un área geográfica exonerada de impuestos a favor de la industria y toda actividad promocional de carácter básico. Qué ciudadano no quisiera invertir en esta parte con estas condiciones, donde el Estado pueda invertir en vivienda, industria y cultura. Terminamos parafraseando el libro blanco de la Defensa Nacional del Perú: “La seguridad internacional actual tiene que ser concebida más allá del marco de la defensa “strictu sensu” e integrar en ella lo social, lo económico, lo político, lo medioambiental y lo delictivo. Es decir formas o instrumentos de control de tipo militar, policial, inteligencia, y científico tecnológico.”
Escribe: Juan Fernando Bravo Reátegui
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