¿Qué de bueno tiene la hoja de coca? Casi nada. Resulta por ende muy edificante que la ONU haya hecho algo útil en medio de tantísima verborrea. Ha condenado la masticación de la coca. El camino ha sido trazado: el chacchado o acullicu es perniciosa y primitiva práctica que no merece conmiseración antropológica alguna.UNO: Grandes pensadores del Perú, hartos de explotación y exclusión indígenas, no anduvieron con medias tintas al condenar la masticación cocalera. José Carlos Mariátegui la consideraba “instrumento de explotación” destinado a mantener en el letargo a la masa campesina o minera y a enmascarar su hambre. Haya de la Torre fue más lejos. En su proclama de 1931 Víctor Raúl anunció “una enérgica campaña contra el abuso del alcohol y la coca”. En 1963 señaló: “Ahí están nuestros hermanos indios de hoy, sin las mitas ni las encomiendas de la Conquista, pero con la coca y el alcohol de la República”.
DOS: Tal es el meollo de la cuestión. El chacchado no es ni ancestral ni milenario. En el Incario tuvo aplicaciones rituales, es verdad, pero sólo reservadas a una exclusiva elite nobiliaria. Estaba vedada para el pueblo. Fueron los españoles los que difundieron su masivo uso. Pretendían convertir a los indios en bestias de carga y no dudaron en utilizar las propiedades de la hoja: disminuye el apetito y aumenta la resistencia al frío y al cansancio.
TRES: ¿Identidad cultural? ¿Fines terapéuticos? ¿Valor nutritivo? Pamplinas. Dejémonos de tanta hipocresía. Donde impera el chacchado de coca, la prevalencia de desnutrición, anemia, alcoholismo de ron de quemar y violencia doméstica alcanza niveles infrahumanos. Dicen los defensores de la coca que la resolución de la ONU es arcaica y obsoleta. Los arcaicos, los obsoletos son ellos.
CUATRO: No es casualidad que los defensores de la coca también rechacen la evaluación de maestros. Adormecimiento y falta de educación fueron viles artes de los explotadores de ayer. Lo siguen siendo hoy. Indigna que se utilice como carne de cañón a peruanos empobrecidos y excluidos del derecho a vivir humanamente. Quienes lo hacen son demagogos, yermos de espíritu cuando no cómplices del narcotráfico.
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