sábado, 27 de septiembre de 2008

Amazónico soy


Por : Pedro Salinas

Que me perdone el Chema Salcedo por arrancharle y piratearle el título de su película, que, por lo que he aguaitado en youtube, promete. Pero cae a pelo. Por razones distintas, el último mes y medio he tenido el privilegio de hacer algunos viajes a la selva (Tarapoto, Moyabamba, Chachapoyas, Iquitos). Y, como suele ocurrir, uno no deja de apreciar tantas cosas de estas simpáticas ciudades. La gastronomía selvática con sus cecinas, tacachos y paiches. El buen talante y acento cantarín del poblador de la selva. Su geografía de jade, pletórica de vida, de cataratas, de fauna infinita. El clima bendito que los cobija. En fin. Pero, como diría Pérez-Reverte, una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Por alguna razón, de esas que en el Perú suceden porque sí, el país, Lima, o sea, vive de espaldas a esta porción gigantesca del territorio nacional. No las conoce. No las visita. Las ignora. Cosa curiosa, en el blog Útero de Marita, comentando sobre este tema, uno de sus visitantes anota que, si hacemos una selección de las canciones más emblemáticas que ensalzan al Perú, salvo la melodía Contigo Perú de Polo Campos, las demás apenas mencionan la selva, cuando no la ningunean. Y es verdad. Sin embargo, y pese a este Perú ombliguero y de pensamiento colonial, uno aprecia en estos lugares gente que se faja, que la suda, que apuesta por la selva. Como el empresario turístico Carlos González, a quien conocí en Tarapoto. O los muchachos de Tierra Nueva, Jaime Vásquez y Paco Bardales, que propician movidas culturales con talento, gracia y desenfado. Eso sí. Noté una presencia excesiva de militares. Particularmente en Iquitos, en donde, además de las extensas propiedades que detentan, se han adueñado de unas casonas antiguas, adornadas con azulejos importados de Portugal, ubicadas en el malecón Tarapacá, de los tiempos de la fiebre del caucho. Ahora son cuarteles generales, en lugar de ser restaurantes, bares, hoteles, concesionados o vendidos a privados. En resumen. Para los González, Vásquez y Bardales, aplausos. Para los milicos asentados en el malecón Tarapacá, abucheo. Miren, muchachos de betún en el rostro y uniforme de ránger, tendrán una vista preciosa del río, pero la vista para el turista sería inmejorable si ustedes salen de la foto. Si viviéramos en un país normal, el Presidente habría mandado a hacer gárgaras a estos uniformados y habría privatizado estos locales. Pero creer que vivimos en un país normal es como creer que Alan ha cambiado.
Pedro Salinas18 de Setiembre de 2008

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